12 November 2012

Venezuela: un pueblo y su corazón


Traducido por  Atenea Acevedo

Hoy decir Venezuela es invitar comentarios sobre Hugo Chávez. El comandante, como lo llaman sus seguidores, tiene una reputación que se las trae: es el dirigente perpetuo de un país inundado de petróleo; es el rey del culto a la personalidad; Caracas, la ciudad capital, es también la capital mundial de la inseguridad; quiere transformar a Venezuela en un país socialista y eliminar la propiedad privada; es amigo de los presidentes que Estados Unidos desaprueba. Al gobierno estadounidense se le cuecen las habas por deshacerse de él, pero el comandante ejerce derecho de réplica… una vez, en un programa transmitido por televisión en directo, llamó “burro” a George W. Bush.

Hace años que sigo lo que sucede en Venezuela y mi idea de este país sudamericano dista mucho del vox populi mundial. Las elecciones presidenciales de octubre de este año me brindaron a oportunidad de poner mis impresiones personales a prueba.

Mi vuelo a Caracas iba lleno de venezolanos de la oposición que iban a Venezuela a votar. Una pareja joven me habló de su negativa a votar en el consulado en Londres porque “el personal ahí es chavista”. Después otras personas me dijeron lo mismo. Curiosamente, tratándose de una supuesta dictadura, los opositores venezolanos se expresan con total libertad ante perfectos desconocidos, ya sea en sus casas o en las calles. Los taxistas y guías de turistas que se oponen a Chávez apagan la radio en cuanto se oye su voz. En casa de la señora que me alquiló una habitación la hija cambiaba el canal de televisión en cuanto Chávez aparecía en pantalla. La madre simpatiza con Chávez, pero prefiere no decir nada.

La mayoría de los principales diarios, las televisoras más populares y prácticamente todas las estaciones de radio estaban con la oposición. Los titulares reflejaban su partidismo y su cobertura de la campaña de Henrique Capriles, el joven rival de Chávez, era aduladora. Me resultaba cada vez más difícil entender cómo encajaban las palabras “dictadura” y “restricciones a la libertad de expresión” en ese contexto.

Los detractores de Chávez parecían obsesionados, especialmente al conversar con los extranjeros. Todo lo bueno de Venezuela siempre había estado ahí, pero todo lo que andaba mal era culpa de Chávez. Lo odian y en serio. Esta vez creían tenerlo contra las cuerdas por el cáncer y la falta de popularidad. Me decían una y otra vez que sus seguidores lo habían abandonado y perdería las elecciones… exactamente lo mismo que oían de los medios privados. A fin de cuentas, Chávez ganó por mucho las elecciones e incluso la oposición las reconoció como un proceso libre y justo.

Si ganó, seguramente tenía respaldo. No resultó difícil encontrar a los seguidores de Chávez: formaban multitudes en la pequeña ciudad de Mérida, donde pasé la mayor parte de mi estancia, estaban entre los pescadores de las islas turísticas y eran aún más en Caracas, con sus llamativas camisetas y gorras rojas donde se leía ‘Chávez corazón del pueblo’. El amor por su comandante se sentía personal, algo íntimo entre la gente y el presidente, sin intermediarios y sin esperar nada a cambio. Nunca vi algo parecido y de no haber estado en Venezuela no podría dar fe de su autenticidad. No se trata del culto a la personalidad impuesto desde arriba, sino de una especie de nueva religión latinoamericana que surge desde abajo, de entre los pobres. Para ellos, Chávez es su Mesías.

Ese amor no es gratuito. Desde que llegó al poder, hace 13 años, Chávez ha mejorado notoriamente la calidad de vida de los pobres, sector que constituye la mayor parte de la población. Vi centros de salud en todas las ciudades y pueblos que visité, fueran grandes o pequeños, dotados en su mayoría de médicos cubanos que brindan atención y medicamentos básicos sin costo; aun en los pueblos andinos más remotos había nuevos espacios de esparcimiento para los pequeños; los colegios estatales están limpios y son grandes, y todos los niños de primaria reciben una computadora portátil gratis llamada “canaimita”.

La comida no es barata en Venezuela. La economía sigue siendo especulativa por el dinero fácil proveniente del petróleo. La inflación es alta, pero los pobres pueden, al menos, adquirir alimentos en las tiendas estatales donde los subsidios pueden alcanzar 80% del precio en el mercado de productos básicos como aceite, harina y azúcar. Además, ahora el Estado ha empezado a instalar panaderías y a vender arepas, el tradicional alimento básico de maíz del desayuno venezolano.

Se están construyendo miles de apartamentos espaciosos en toda Venezuela. El plan es levantar tres millones de viviendas en los próximos seis años y cientos de miles de personas ya se han mudado a una casa nueva. Algunas de las viviendas están en pequeños grupos de edificios, otras parecen ciudades nuevas al contar con su propio colegio, centro de salud básica, transporte, parque de ocio e incluso iglesia. El diseño de estas viviendas no desentonaría con el de ningún país europeo, pero aquí son para los pobres y cuentan con un subsidio masivo. En Caracas pude ver nuevos bloques de apartamentos en los mejores distritos empresariales. Era como si las viviendas públicas de pronto hubieran aparecido al costado del Museo Británico en Londres.

La lista podría ser mucho más larga, pero fueron tres las cosas que llamaron más mi atención. Mientras vemos que en Europa se retrasa la edad de jubilación, en Venezuela se adelantó dos años la edad para empezar a recibir la pensión del Estado. Esta medida incluye a las personas que se dedican al comercio informal. Los derechos laborales están en la mira de los gobiernos occidentales y la reforma laboral en Venezuela dificulta el despido de personal. Es imposible despedir a una persona que tenga un hijo discapacitado so pretexto de ahorrar costos. Los empleadores que violan la nueva ley no solo enfrentan multas, sino la posibilidad de ir a la cárcel. Nada de esto ha causado un desastre económico: el país crece a un ritmo de casi 6%, cifra que no obedece únicamente al alto precio del petróleo.

Además, Chávez sí está poniendo el poder en manos del pueblo. Por ley, los venezolanos pueden crear consejos comunitarios con importantes facultades en sus localidades. En Mérida fui testigo de cómo un consejo comunitario de gente de clase media consiguió detener la construcción de unos nuevos bloques de torres porque la constructora había dañado las vías locales. Ni siquiera el alcalde de la ciudad pudo salvar el pellejo de los responsables. La Venezuela de Hugo Chávez pretende enlazar a los consejos comunitarios para formar comunas que tengan sus propias empresas de propiedad social, leyes locales, moneda local y voz ante el Estado nacional.

Esa es la nueva realidad venezolana, pero lo nuevo convive con lo viejo. Vi muy poca pobreza extrema, pero demasiada riqueza obscena: nuevos centros comerciales de gran lujo, restaurantes caros, aparatos electrónicos de lo más moderno y lustrosas camionetas cuatro por cuatro. Los ricos y la clase media se quejan del poder que ahora tienen los marginados, como llaman a los chavistas. Por su parte, estos se quejan de la corrupción, la burocracia y la arrogancia de muchos de sus dirigentes locales.

Lo que no vi es una sociedad acobardada por el miedo, que es lo uno esperaría en una tiranía o en un país superado por la delincuencia. El venezolano es un pueblo alegre que bebe mucho alcohol y gusta de tocar música a todo volumen en aparatos enormes, odia el cinturón de seguridad del auto, respetar las vías al conducir y detenerse en los cruces peatonales.

Vi gente expresar su opinión en voz alta y con toda claridad, manifestar su desacuerdo con la política y debatir sobre el futuro de su país. El apoyo a la revolución está muy arraigado, pero lo mismo puede decirse del odio de los ricos y la clase media. Fui testigo del veneno que los medios privados dejan correr día tras día en contra del gobierno, pero no vi muchas pruebas de censura. Vi muchos soldados en las calles, pero la mayoría no portaba armas y estaba en compañía de civiles. Todos los días, durante un mes, viví en un país multifacético.

La víspera de mi partida el país fue alcanzado por el coletazo de una tormenta tropical. Estaba en las afueras de Caracas, en casa de Tony, uno de mis nuevos amigos venezolanos. Tony trabaja a veces como guía de turistas y otras como vendedor. Habíamos organizado una fiesta aquella noche, pero nadie pudo llegar. Pensamos en reponernos de la desilusión haciéndole los honores a una de las muchas deliciosas botellas de ron venezolano para prepararnos una Cuba Libre. De pronto nos sorprendieron los asustados gañidos de los perros y los gritos de los loros y el mono que hace de mascota. Salimos a toda velocidad y advertimos que la lluvia había desgajado un cerro y la tierra desprendida se dirigía directamente a la casa de Tony con un montón de rocas. Corrimos para escapar a la muerte, pero milagrosamente la avalancha se detuvo antes de llevarse la casa por delante.

Mojados y asustados, volvimos a entrar. Esa noche Tony estuvo comprensiblemente taciturno. Apuré alguna excusa para irme y dejar a la familia a solas, pero Tony soltó una sentida carcajada venezolana. “Amigo, la casa está en pie. Estamos vivos y hay un mañana. ¿Y si ponemos música y cantamos?” Por supuesto, la canción no fue otra sino Chávez Corazón del Pueblo.

2 comments:

Huinca said...

Dear Anonymous, I would recommend this text to many people I know, but I don´t like orphan political texts. If you signed your posts (with a pseudonym at least) your statements would be much more powerful. Regards

rafael said...

I have accepted your suggestion and am signing my posts with this new pseudonym. Thanks